26 de mayo de 2014

Un tiempo para cada cosa

Pandaria es una joya. Al menos eso me dijeron mientras realizaba mi travesía desde los muelles de Costa Oscura. No podía dejar de pensar qué hacía allí, en ese viaje de tantas millas y que la única justificación que tenía, eran las nuevas plantas que podría encontrar y catalogar. Pero allí estaba, tras un mes y medio rodeando Kalimdor, finalmente encontramos esta extraña tierra.
Normalmente no me suelo sorprender mucho, pero aquellos acantilados y las agujas de tierra alzándose verdes hacia el cielo me llamaron mucho la atención. En un principio pensé que llegaríamos a algún puerto de la Alianza. Pero ya bordeando el continente me dijeron que actualmente, el Desembarco del León no aceptaba transportes comerciales. Así que desembarcamos en unos pequeños muelles pandaren del poblado de Sri-la. No podía decir que era el lugar más acogedor, pues las casetas estaban hechas en su mayoría de juncos y hierbas secas para evitar la lluvia. Pero el fuego acogedor y la comida de los pandaren eran realmente bienvenidos tras tantos días de viaje en alta mar.
Esa misma noche coincidimos con un grupo de mercenarios que se dirigía a la isla más oriental del continente. Hablaban maravillas de este lugar. Tesoros, criaturas extraordinarias y lo más raro de todo: Un día perpetuo. La verdad que tenía buena pinta por cómo lo relataban, y algunos miembros del barco en el que vinimos se apuntaron a acompañarlos. Pero yo no estaba para ir de aventuras. Tenía que descansar para el día siguiente, e ir a buscar y catalogar las nuevas plantas de Pandaria.

Sin duda estas nuevas tierras merecían la denominación de joya. Sus territorios eran muy ricos y prósperos, y las construcciones estaban muy bien cuidadas para lo gigantes que eran algunas. Aunque también encontré vestigios de energías de lo que aquí llaman "sha", como en el valle de la flor eterna. Un trágico suceso para unas tierras tan hermosas.

La verdad que no tardé mucho en recopilar toda la información que necesitaba, ya que algunos lugareños, al entender mi misión, se prestaron a ayudar para no dejarme nada. Y fue un gran contratiempo, porque no tenía calculado regresar a Darnassus tan pronto. Por lo que decidí visitar la famosa isla del día perpetuo. Lo que más me extrañó fue la gran afluencia diaria en esa dirección. Tanta, que la pequeña embarcación que salía del bosque de jade hacia la isla iba completamente llena y a punto estuvo de zozobrar.


Al llegar al lugar, no parecía muy diferente de la costa de donde salimos. Pero fijándome un poco más pude darme cuenta de que, a parte que el sol no se movía, el aire permanecía inmóvil de una manera sobrenatural, haciendo que me fuese imposible alzar el vuelo. Pero eso no me impidió explorar el lugar y encontrar una hermosa playa llena de tortugas dragón. Al principio se mostraron muy desconfiadas hacia mí, pero rápido encontré el por qué de su comportamiento. Alzando la vista un poco por encima de unas rocas, encontré a varios individuos matando de manera indiscriminada tanto a adultos como a crias para, supongo, recoger su carne y escamas, aunque muchas terminaban pudriéndose al sol. Jamás podré comprender estas acciones.
Pese a este primer mal paso, decidí seguir un camino enlosado hacia unas estructuras en las que parecía haber bastante bullicio. El paseo habría sido de lo más tranquilo, si no fuese por una batalla campal de lo que parecían unos individuos que irradiaban ira y que se lanzaban a por todo aquel que se cruzase en su camino. No sé exactamente qué buscaban, ya que uno se fijó en mí, y tras perseguirme durante un buen rato, se marchó en busca de algún desdichado con algo de valor... supongo. El problema es que tras huir de aquel individuo, no sabía dónde estaba en ese momento. Había corrido sin dirección concreta y ahora me encontraba cerca de unos muros con decenas de cadáveres de yaungol por el suelo. Allá donde posaba mi vista, habia cuerpos o trozos de yaungol. Y si daba la casualidad de que alguno había conseguido esconderse, varias personas se lanzaban sobre él como si el destino de Azeroth les fuese en ello.
Seguí caminando, y tras cruzar un puente, la situación no mejoró. Ahora no sólo los cadáveres de yaungol se dispersaban por las colinas. Unos pequeños duendes, que por lo que pude entender defendían los árboles con tótems ignífugos, también se unían a ellos en esta terrible muestra de salvajismo. Y habría seguido subiendo el camino hacia la montaña, si no fuese porque el cuerpo enorme de un dragón nimbo cayó inherte a mi lado, haciéndo que me precipitase por un desnivel hacia lo que creía una zona rocosa, golpeándome la cabeza y desmayándome. No sé cuánto tiempo estuve en esa situación, ya que el sol no se mueve. Pero lo que si es seguro es que fue el suficiente como para que un cachorro de tigre destrozase parte de la suela de una de mis botas. Tenía que estar hambriento para pensar que mi bota era un jugoso manjar, pero tras levantarme y elevar la cabeza sobre las rocas, comprendí su situación. Varios cuerpos de tigres se amontonaban en pequeños grupos, y seguro que su madre estaba en uno de esos. Decidí llevármelo para intentar darle una oportunidad de supervivencia, pero primera tenía que salir de aquellas rocas en las que había caido. Eran terriblemente afiladas y puntiagudas. Como si se hubiesen roto hace relativamente poco. Supuse en un principio que quizá la condición de la isla confiriese a la degradación del lugar una lentitud sobrenatural. Pero tras bajar de una gran losa con un cristal rojo, comprendí que no eran simples rocas. La cara desfigurada de un gigante de piedra estaba a los pies del montículo, con la mirada en el infinito.
Al llegar al suelo, no pude evitar derrumbarme y romper a llorar. Aquella isla, aquel regalo al mundo, se había convertido en una carnicería sin igual en la que ninguna criatura estaba a salvo. Un infierno para cualquier druida. Era terrible, y se tenía que acabar. Por lo que, agarrando al cachorro, que ahora estaba entretenido con los cordones de mis botas, y conjurando una vía de acceso al Amparo de la noche, decidí dar informe a los únicos capaces de terminar con todo aquel sin sentido. Mis investigaciones tendrían que esperar.

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