1 de agosto de 2016

El pedido

El viento soplaba fuerte aquella noche en tundra boreal y el frío hacía maldecir a los soldados que por mala fortuna habían tenido que hacer guardia aquella noche en la Fortaleza Denuedo. Desde que la cruzada contra la plaga terminó, aquel sitio solo servía como punto de protección al pueblo aledaño y como centro de comercio seguro. Y aunque aquella noche era fría y tranquila, la fortaleza parecía gozar de un movimiento inusual y agitado. La noche anterior habían llegado tanto cargamentos especiales como permisos de paso a la fortaleza que no gustaron al comandante del lugar, y la guardia andaba inquieta desde aquel momento. Junto a ellos, un gnomo con indumentarias entre esperpénticas y mecánicas iba acompañado de dos draenei con cara de pocos amigos y un enano de mirada distraida.

-Te he dicho que no- espetó el comandante de la fortaleza nuevamente al gnomo.- No quiero extraños en Denuedo, y menos con un cargamento de armas. Me da igual los permisos que traigas. Esta es mi fortaleza.

El gnomo, que comenzaba a perder la paciencia, resopló con indignación mientras jugueteaba con una pequeña pelota metálica entre los dedos.

-No entiendo el por qué de tus negativas. Solo necesito el patio trasero a la posada esta noche. No habrá problemas y además está junto a una de las puertas principales. Lo único que pido es que tus guardias no estén ahí tocando las narices en asuntos que no les conciernen.

-No se si no entiendes mi negativa a que entren taunkas aquí. Son salvajes y además me estás diciendo que será un grupo de entre cinco y diez. ¿No ves si quiera la brecha que podrían acarrear en la seguridad de la fortaleza?

El gnomo volvió a meditar mientras pasaba la pelota de una mano a otra.

-Entiendo tu preocupación. ¡Créeme! Pero sería una pena que la nueva armería que se está construyendo para la guardia no recibiese la financiación que está esperando, ¿verdad? Imagínate la cantidad de armamento que se podría reparar y forjar sin requerir de envíos de ultramar...

El comandante se quedó helado por un momento. Estaba muy emocionado con la idea de construir la armería, y aunque sabía que la estaban financiando tanto la corona como pequeñas organizaciones, no pensó en ningún momento que aquel gnomo tuviese la llave para hacerlo realidad.

-Está bien- dijo suspirando.- Te concedo esta noche, pero tendrá que ser más allá del puente del norte. En el puesto que está tras él. Al otro lado de las murallas. Mis guardias estarán al otro lado para que no os molesten. Pero si pasa algo...

-¡No pasará nada!- Dijo el gnomo satisfecho por la decisión.- Créeme que no te arrepentirás. Además, estoy seguro que a partir de hoy, el dinero para la armería llegará mucho más fluido que antes. Ahora si me disculpas, tengo unos invitados que no tardarán mucho en llegar.- Por un momento se quedó mirando pensativo la pelota metálica con la que llevaba jugueteando toda la noche y se la lanzó al comandante.- Ten, un regalo. Seguro que te ameriza las noches.

El comandante agarró sin esperárselo la pequeña pelota, que al estar entre sus manos se desplegó y convirtió en una pequeña ardilla metálica que le miraba curiosa. Al volver la mirada al gnomo vió como este se alejaba, no sin producirle una sensación extraña de desasosiego e incertidumbre.

Más tarde, a las afueras de la fortaleza, los dos draenei preparaban unos enormes cajones cuando un grupo de taunkas con un elfo de sangre a la cabeza aparecieron en la explanada.

-Mi querido Ragnok, -dijo el gnomo que estaba supervisando la operación al verles llegar.- ¿Qué hay de los dos protodracos que cogiste?

El grupo paró frente a ellos serios y sin decir palabra.

-Ragnok, ¿Eres tu? -volvió a hablar el gnomo dirigiéndose al elfo.- ¡Qué cara tan fea!. No te va nada. Quítatela.

El elfo, que portaba un collar, se lo quitó y su apariencia cambió rápidamente a la de un taunka de pelo claro, aspecto curtido y con un cuerno roto.

-Mucho mejor. -dijo el gnomo.- Nunca te avergüences de lo que eres. ¡Sois guerreros! ¡Estad orgullosos! ¿Y qué si las fuerzas de Loken desparramaron a todo tu pueblo? ¡Lo que no te mata, te hace más fuerte! ¡La hora de vuestra venganza ha llegado!- finalizó sacando un arma de uno de los cajones. - ¡La GG-101! Ligera. Empuñadura ajustable para diestros y zurdos. Se desmonta en cuatro partes. Ideal para intervenciones rápidas. Hablemos de su potencial.

El gnomo avanzó unos pasos y subiéndose a una pequeña caja apuntó a un enorme saco con una diana. -Recargador de titanio. 300 cartuchos con ráfagas de 3 a 30. Y su botón estabilizador, otro invento de La Corporación, la hace más fácil. Una ráfaga,- hizo unos disparos contra el saco.- y el estabilizador equilibra el arma para hacerla mas manejable.- continuo disparando mientras saltaba de la caja al suelo, haciendo que los disparos apenas se desviasen.
-Y para rematar, todas las viejas joyas de La Corporación. Lanzacohetes,- disparó un pequeño proyectil que hizo volar por los aires parte del objetivo.- lanzadardos, explosivos o venenosos... muy prácticos! -mencionó mientras llenaba el saco de pequeños dardos.- El famoso lanza redes. El siempre eficiente lanzallamas... mi favorito.-dijo mientras se giraba a los taunka con emotiva expresión tras haber incinerado el saco.- Y como broche final, ¡el novísimo sistema de cubitos!.- finalizó tras cubrir de escarcha lo que quedaba de saco y diana.- Cuatro cajones llenos y entregados puntualmente. ¿Y tu qué, mi querido Ragnok? Dime, ¿me has traido lo que te pedí?

El taunka asintió mientras otro entregaba un cajón con runas azules semigastadas en los costados. El gnomo lo cogió emocionado y al abrirlo, lo volvió a cerrar con una expresión de terror en su cara.

-Oye... Este cajón está vacio. ¡Vacio!

-¿Cómo que vacío?- Preguntó el enano que lo acompañaba.

- ¡Lo contrario de lleno! ¡Este cajón debería estar lleno! -expresó furioso el gnomo mientras movía sus dedos sobre aquel cajón.- ¿Alguien quiere explicármelo?

El silencio cayó sobre todos los presentes mientras el gnomo miraba con desesperación a todo el mundo.

- Pidió un cajón y se lo hemos traido.- dijo finalmente el taunka de crin blanca.

El gnomo descontrolado comenzó a gritar a aquel enorme taunka con desesperación.- Un cajón con cuatro orbes dentro. No uno, ni dos, ni tres. Si no cuatro. ¡Cuatro orbes! ¿Qué pretendes que haga con un cajón vacio?

- Somos guerreros, no mercaderes.- Espetó aquel taunka ofendido.

- ¡Pero sabéis contar!! ¡Mira! ¡Es fácil! Mira mis dedos.- golpeaba su palma con la otra mano.- Cuatro orbes, cuatro cajones. ¡Cero orbes, cero cajones!- gritó enfurecido el gnomo y se volvió a los draenei que lo acompañaban.- ¡Recodedlo todo, nos largamos!

En aquel momento la furia de los taunkas se hizo sensible y Ragnok emitió un potente rugido que hizo que todos los que le acompañaban desenvainasen sus armas.

- Arriesgamos nuestras vidas. Creo que nos merecemos una... pequeña compensación.

- ¡Oh! ¡Así que sois mercaderes después de todo!- dijo el gnomo con ironía.- Dejadles un cajón... por la causa.

Los draenei asintieron y recogieron los otros tres cajones, dejando al grupo de taunkas a solas con el último. A la señal del enano, comenzaron a cruzar el puente hacia la fortaleza mientras el gnomo comenzaba a cargar una pipa con tabaco para relajar los ánimos.

-No me gustan los guerreros.- dijo el gnomo al enano.- Estrechos de miras y nada finos. ¡Y lo peor! Luchan por causas perdidas. ¡El honor! El honor ha matado a miles y nunca ha salvado a nadie. Te diré lo que me gusta... un asesino. Un asesino empedernido, implacable, limpio, metódico y minucioso. Un asesino al coger la GG-101, al instante habría preguntado por el botón rojo de la base del arma.

Al terminar la frase, se produjo una explosión justo donde estaban los taunka haciendo que los guardias de la fortaleza se sobresaltaran mientras el gnomo daba una calada profunda a la pipa con cierta frialdad.

-Consígueme esos orbes.- finalizó diciéndole al enano.

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